Cada día, las noticias nos inundan con reportes de desastres naturales que ocurren en distintas partes del mundo. En los últimos tiempos, hemos oído hablar de récords de tormentas de nieve, temblores de gran intensidad y de la mayor cantidad de tormentas juntas en un solo período. Todos estos eventos causan pérdidas de vidas humanas y económicas.
Cuando ocurren estos fenómenos, las redes sociales se nutren con imágenes de autoridades, rescatistas y voluntarios que se movilizan diligentes al auxilio de las personas afectadas. Asistimos a grandes manifestaciones de solidaridad en contextos de crisis, trabajamos en la reconstrucción de lo perdido y aseguramos que somos resilientes.
Poco tiempo después, salvo quienes han experimentado pérdidas materiales y de seres queridos, tendemos a olvidar lo sucedido. Y es cierto que relegar en la memoria los eventos traumáticos constituye un modo de defensa instintiva, sin embargo, el aprendizaje para prevenir daños futuros también lo es.
Y aunque solemos culpar a la naturaleza y al cambio climático de los desastres que experimentamos, estos no son los responsables directos de las pérdidas que sufrimos. Todos hemos visto las noticias del terremoto en Turquía, que ha dejado como saldo miles de fallecidos, heridos y atrapados bajo los escombros.
Sin embargo, aunque el sismo tuvo una potencia enorme, hoy los reportes hablan de malas prácticas de construcción, entre las que se incluyen edificaciones completas sin los refuerzos necesarios y una total falta de planificación. Lo que más llama la atención es que diversos medios se han referido a un terremoto similar que tuvo el país a finales de la década de los 90.
La verdadera causa de estos desastres se pueden atribuir a las decisiones que tomamos los seres humanos, tanto a nivel individual como colectivo. Hace falta una cultura de planificación de los asentamientos sociales y además, se precisa de construir tomando en cuenta las manifestaciones naturales y la relación de las edificaciones con el entorno. Si hay dos tendencias que debemos revertir, son aquellas de reproducir los mismos errores del pasado al construir en zonas de alto riesgo y permitir el desarrollo poblacional en zonas que no pueden soportarlo.
Los hechos y la información disponible en torno a estos fenómenos sirven de indicadores para demostrarnos, que es hora de asumir la responsabilidad en cómo nos afectan los desastres naturales.
Hace unos días, le escuché decir a mi madre: “Las construcciones de ahora no son como las de antes”. Es posible que esto sea cierto, tanto en el buen como en el mal sentido. Y lo digo porque así como la tecnología trae consigo innovaciones y cambios positivos en las técnicas de seguridad y resistencia, también puede darse el caso de que se estén flexibilizando los estándares por razones individuales y que esto, a su vez, tenga un efecto cascada que afecte negativamente a la colectividad.
Como dice el profesor Ilan Kelman, «los desastres no son naturales. Nosotros, como sociedad humana, los creamos y podemos elegir prevenirlos».
Es cierto que no podemos evitar que una infraestructura colapse, pero sí podemos proteger el bien más preciado que todos tenemos: la vida. La naturaleza no tiene capacidad de elección, nosotros los humanos sí la tenemos. ¡Hagamos las cosas de la forma correcta!
Fuente: El Nuevo Diario