Mucho se habla de políticas, normativas y supervisión en la gestión del riesgo. Pero poco se profundiza en el papel más fundamental de todos: la responsabilidad individual. Porque la verdad es que, más allá de los protocolos y las estructuras formales, cada persona toma decisiones todos los días que pueden evitar o provocar una tragedia.
Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, gestionamos riesgos sin darnos cuenta: al cruzar una calle, al manejar, al usar una escalera, al manipular un equipo, al dejar cargando un dispositivo junto a la cama. Sin embargo, como sociedad, hemos normalizado que el buen comportamiento solo ocurre si hay alguien observando. Como si el sentido común y la protección de la vida fueran obligaciones externas y no compromisos internos.
Recuerdo una experiencia en una empresa de alto riesgo industrial donde, al implementar medidas de control y seguridad, los propios colaboradores respondieron:
“Pero aquí no hay un departamento de seguridad que supervise cada momento”.
Aquello me marcó. ¿Realmente necesitamos vigilancia constante para actuar con responsabilidad? ¿Tan ajena nos resulta la idea de que la seguridad es, ante todo, una cuestión personal?
Este pensamiento no solo refleja una cultura de dependencia, sino una peligrosa desconexión con la noción de supervivencia. Actuar bien no debería requerir un policía, ni un jefe encima, ni una cámara. Debería nacer del conocimiento, la conciencia y el respeto por la vida propia y ajena.
La gestión del riesgo no es tarea exclusiva de los gobiernos, las empresas o los expertos. Es una forma de vivir. Es pensar antes de actuar, prevenir antes que lamentar, proteger sin que nos lo pidan. Es también entender que una decisión que tomas tú, por pequeña que parezca, puede cambiar el destino de muchos.
Cambia el chip.
La próxima vez que te estaciones donde no debes, te pases un semáforo en rojo, te subas en una silla en lugar de usar una escalera con soporte, cargues el celular en la cama, tomes y decidas manejar, recuerda: no se trata de si alguien te está mirando o si hay una ley que lo prohíbe.
Se trata de ti, de tu vida, de quienes te esperan en casa. Porque la seguridad no comienza en una norma… comienza contigo, en lo cotidiano, en cada decisión aparentemente mínima que tomas cada día.
Fuente [el nuevo diario]