CAMBIA EL CHIP
Los ríos Ozama e Isabela están muriendo… y con ellos, muere también la coherencia de un país que habla de sostenibilidad mientras permite que sus principales fuentes hídricas sigan siendo cloacas a cielo abierto.
Durante años se han anunciado planes, lanzado proyectos y firmado acuerdos. También se ha posado frente a las cámaras en limpiezas simbólicas de las playas de Santo Domingo, donde terminan los residuos. Pero los resultados reales son mínimos, y la situación se agrava cada día: vertederos ilegales, descargas industriales sin tratar, lixiviados del vertedero de Duquesa, todo tipo de desechos flotando en las orillas. No se trata solo de lo mal que luce: hablamos de un problema de salud pública que nos expone a enfermedades graves en plena capital.
¿Dónde están las plantas de tratamiento prometidas? ¿Dónde están las sanciones a las más de 240 empresas identificadas como contaminantes? ¿Dónde está el Estado?
Lo más alarmante no es que el problema exista. Es que lo conocemos, lo hemos documentado… y aun así no se actúa con la urgencia que exige.
La seguridad hídrica no es un lujo ni una causa romántica: es un eje de supervivencia nacional. Y si dejamos que los Ozama e Isabela colapsen, colapsará con ellos la confianza en cualquier esfuerzo ambiental en el país. Estos ríos son la cara más visible de nuestra crisis hídrica. Son la entrada al Distrito Nacional y los que abastecen de agua a los municipios más poblados del país. Si no podemos salvar estos, ¿qué pasará con el resto?
Hoy más que nunca hay que reactivar, exigir y fiscalizar:
• Reactivar las inversiones públicas y privadas en saneamiento real, no en cosmética ambiental.
• Exigir cumplimiento a las industrias, con nombres, sanciones y, si es necesario, cierres.
• Fiscalizar lo que se ha hecho hasta ahora: ¿Qué acciones se han tomado? ¿Cuál ha sido su impacto tangible?
Las organizaciones ciudadanas, ONGs, organismos internacionales y algunos actores estatales han hecho parte del trabajo. Pero no pueden ni deben hacerlo solos. Esto no se resuelve con campañas de limpieza un domingo al mes, ni con publicaciones en redes sociales, ni con el interés aislado de dos o tres. Se resuelve con política pública seria, con coordinación institucional y con presión social sostenida.
Los ríos Ozama e Isabela no necesitan compasión: necesitan justicia.
Y eso solo lo lograremos si cambiamos el chip —de verdad— y dejamos de tolerar la contaminación como parte del paisaje.
Por Elizabeth Mena